Prácticamente desde su aparición, el polígrafo, o detector de mentiras, siempre ha estado envuelto en polémica. Fue inventado en 1938 por un policía precisamente para investigar un crimen, el campo donde más controversia ha despertado.

Algunos sistemas judiciales, en más de 90 países, los permiten mientras que otros limitan su uso a nivel judicial pero sí para pruebas de empleo o de capacitación psicológica, por ejemplo. Por culpa de estas máquinas, en los países en los que sí puede ser usado como evidencia ante un tribunal muchos inocentes han acabado entre rejas y otros muchos culpables en libertad, lo que ha dado lugar a numerosas críticas y a cuestionar si pueden ser usados como prueba definitiva.

El principal problema en torno al polígrafo radica en que hay varias maneras de realizar el test para averiguar si el sujeto está mintiendo y cada una de esas maneras aporta resultados completamente diferentes. Por ejemplo, en una de ellas se interroga al sospechoso con preguntas totalmente normales como ‘¿Verdad que hoy es lunes?’ o alguna pregunta muy obvia similar intercaladas con preguntas mucho más agresivas como ‘¿Mató usted a la víctima?’ o en otras se le muestran muchas fotos de pistolas y entre ellas una de la pistola con la que cometió el crímen.

La pega es que si eres demasiado estricto puede que obtengas demasiados falsos positivos y si eres demasiado permisivo demasiados falsos negativos, es decir, más que en el aparato, el problema está en la manera de usar el aparato. Según un estudio de la National Academy of Sciences de EEUU el polígrafo en sí es sorprendentemente preciso, entre el 85 y el 89% de fiabilidad.

Sin embargo ese mismo estudio señala que para realizar investigaciones criminales o recabar pruebas concluyentes el polígrafo no acaba de ser adecuado pues pese a la fiabilidad tiene un margen de error demasiado grande, un intervalo de confianza demasiado amplio.

Según la Universidad Autónoma de Madrid, esa fiabilidad está por encima de muchas otras técnicas forenses que sí se consideran abiertamente como útiles para una investigación, como algunos métodos de identificación de ADN. Los jueces españoles, pese a estar regulado y permitido, tampoco acaban de confiar en el aparato y además, según la legislación española curiosamente el imputado tiene 'derecho' a mentir si así lo desea, con lo que podría rechazar a hacerse una prueba de polígrafo o aunque se le hiciese no tendría validez legal ¿qué más da que se compruebe que está mintiendo si tiene ese derecho?

En repetidas ocasiones se ha conseguido enganañar al polígrafo y muchos de sus principios y de los argumentos en los que se apoyan las acusaciones están basados en pura pseudociencia. El polígrafo puede llegar a medir ciertos parámetros y esos en concreto con la fiabilidad y el margen de error que antes comentábamos. El físico y profesor de la Universidad de Maryland Robert Lee Park comentó una vez irónicamente: 'El polígrafo descubre incrementos abruptos en el ritmo cardiaco, la presión sanguínea y la sudoración. Por lo tanto, esta máquina es un detector muy fiable de orgasmos. Pero, ¿detecta mentiras?. Sólo si uno está fingiendo un orgasmo'.

Para engañar al polígrafo basta con apretar los dedos de los pies fuertemente contra el suelo o concentrarse en realizar operaciones matemáticas complejas, con lo cual tus niveles de tensión y nervios serían tan altos siempre que eclipsarías la prueba. Luego está por otro lado su lamentable uso en programas de televisión, donde por supuesto, la charlatanería insulsa y un mínimo de rigor científico están totalmente fuera de lugar.

El detector de mentiras, en definitiva, no es un intstrumento fiable para conocer la verdad, o al menos en su totalidad y usarla con un propósito determinado, como en un juicio. Puede servir para presionar, intimidar o hacer creer que se ha obtenido un resultado fiable para hacer confesar al acusado pero nunca apoyar todo el peso de una sentencia en el resultado de una prueba.

Foto: Temadictos

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