En Eternal Sunshine of the Spotless Mind, el fabuloso filme de Michael Gondry, aparece una de las tecnofantasías más recurrentes de la Humanidad: la capacidad de modificar la memoria. A través de Lacuna, una empresa dedicada a la supresión de recuerdos, una persona podía extraerse todos los instantes de un amor fallido, como si nunca hubiera existido. ¿Si este servicio estuviera disponible, lo usarían? Estoy seguro que muchos estarían en este momento haciendo fila.

La buena noticia es que no tienen que esperar a que alguien funde esta empresa para modificar sus memorias. Ya lo hacemos. Hace algunos meses hablaba sobre la conciencia del error en ciertas tecnologías que permiten la edición simultánea en la escritura. Ahora concentrémonos en los recuerdos. Buscamos inmortalizar nuestros momentos a través de la materialización: fotografías, objetos, cartas. Pedacitos tangibles que nos vinculen con alguna memoria específica, que evoquen una situación ---agradable o trágica--- que nos marcó de cierta manera

Paradójicamente, en esta época materializamos los recuerdos a través de nuestra presencia en Internet. Como decía Platón, la escritura es el mecanismo por excelencia para fijar el discurso. Las entradas de tu blog, los tweets de tu cuenta, las fotos de tu Flickr... todas son materializaciones intangibles (bonito oxímoron) de la memoria. De este modo, el hipertexto queda muy vinculado con la memoria. No sólo damos saltos de un lugar a otro, sino también a nuestro propio pasado.

La capacidad acumulativa del Internet nos permite guardar un sinnúmero de recuerdos indefinidamente. Piensa en todos los blogs personales que has tenido, y cuántos de ellos has borrado. Tenemos esta propensión a guardar las memorias. Por esta razón, las redes sociales han sido diseñadas para salvar (en el mejor de los casos) tu actividad hasta el principio de tus tiempos. En tu blog, puedes remontarte hasta tu primera publicación. Nada más nostálgico que sumergirte en tus entradas viejas o en tus primeros tweets. Incluso en Internet, acumulamos el pasado porque el presente es fugaz.

Sin embargo, el hipertexto también permite alterar la memoria. Conozco muchos usuarios de Twitter (me incluyo) que editamos nuestro pasado de vez en cuando. Habrá sido una ataque de ira, un arrebato de tristeza, un traspié ortográfico, pero borramos aquello que nos parece indeseable. Si los errores se van cuando arreglamos un texto en la computadora, ¿por qué no habrían de irse esos momentos que no quiero recordar? Ex parejas que desaparecen de un día a otro en Facebook, posts incendiarios que nunca estuvieron ahí. Si no te gusta. quítalo.

En el caso de los blogs, esta reescritura del pasado se acentúa porque la edición está abierta. A veces, cuando cometo un error de tipeado (¡o como quieran llamarle, quisquillosos, me meto furtivamente a editarlo. Si acaso, se habrán percatado algunos cientos de lectores, pero para los que vendrán, el texto siempre estuvo impecable. Incluso me he equivocado gravemente un par de ocasiones, y hemos tenido que borrar alguna entrada. ¿Alguien sabe cuál fue, dónde está? Es más, ¿cómo sabemos si pasó, si no queda prueba alguna?

Las posibilidades son vastas. No sólo se trata de quitar lo que no deseamos, o corregir lo equivocado. Podemos añadir un pasado. Piensa en las bondades de la programación de entradas de un blog. ¿Y si publicamos hacia atrás? Es un poco orwelliano. ¿Cómo sabemos que el diario que leemos sacó la nota a tiempo? ¿Cómo tenemos la certeza de que ese contenido estaba ahí en el momento que indica la fecha? La memoria (y el olvido) son tan peculiares que basta con un pequeño cambio en lo material para suprimir (o aumentar) el bagaje actual. Así que no hagan fila en Lacuna, queridos lectores. Ése es el eterno resplandor de una mente con hipertexto.

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