Es curioso. Hace unos días me encontraba muy entretenido frente al televisor viendo a una película japonesa llamada Hinokio, que trata sobre un niño recluido entre cuatro paredes, pero con una vida normal de estudiante gracias a un robot de telepresencia o telerrobot construido por su padre --de ahí que se llame Hinokio, que suena como Pinoccio, creo--. Considero que el tema es fascinante y por eso alguna vez les decía que si compramos automóviles, ¿por qué no telerrobots? El punto es que un niño así existe, es texano y usa un robot llamado Vgo. Miren el vídeo realizado por un noticiero de Tokio.

El pequeño se llama Lyndon Baty. No puede salir de su hogar porque su sistema inmunológico es muy débil a causa de una enfermedad en los riñones. Según reporta Popular Science hace tres semanas que usa el robot para asistir regularmente a clases. Y el robot se ha convertido en su único medio de acceder a un mundo hostil para su organismo.

Lyndon ya no está limitado por las capacidades de su cuerpo, sino por las del robot --cuyo costo ronda los 5 mil dólares (unos 3.600 euros)--. El pequeño puede andar por las aulas, hacerse escuchar, interactuar en casi cualquier actividad de la clase, ver y ser visto a través de una cámara y una pantalla, al menos por unas 8 horas en promedio debido a la batería:

[...] nunca pensé que pudiera tener alguna interacción con los demás, mucho menos de este tipo. Es como si estuviese en el salón de clases.

(No es necesario ser muy agudo para notar que en las palabras de Lyndon hay algo de buena mercadotecnia clásica que hará muy feliz a la empresa detrás de Vgo.)

No es el primero caso de un estudiante que usa un telerrobot. El ruso Stepan Supin de 12 años lo hace todos los días en Moscú desde septiembre de 2010. A diferencia de Lyndon, Stepan usa un robot diseñado y fabricado por el Moscow Institute, con un costo de 3 mil dólares (casi 2.200 euros).

Lo que Stepan y Lyndon demuestran es que la telepresencia ya es posible en la práctica, y que los robots, lejos de sólo ser dispositivos destinados a la ciencia ficción, laboratorios de locos científicos japoneses y la fría maquinaria industrial, están a la vuelta de la esquina de nuestro día a día.

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