Los libros sobre historias de supervivencia en campos de concentración deberían contar como un subgénero propio. Relatos como El Diario de Ana Frank o El hombre en busca de sentido son clásicos que, a menudo, se ordenan en las escuelas para que el estudiante tenga una aproximación hacia la época del Holocausto. Dentro de estos testimoniales, alza la mano Maus: relato de un superviviente, de Art Spiegelman, considerada una de las grandes novelas gráficas de la historia contemporánea, laureada en 1992 con el Premio Pulitzer.

Vladek Spiegelman, un judío polaco que sufrió las inclemencias del régimen nazi, narra su historia a través de la pluma de su hijo, Art. Para mostrar el carácter antitético de la relación entre alemanes y judíos, el dibujante se vale de una metáfora sencillísima: los nazis son gatos, los judíos son ratones. Una relación de depredación que, en las páginas del libro, se convierte en un símil perfecto de la caza sistemática de judíos durante el régimen nazi. El zoológico de Spielgman también incluye a cerdos polacos y perros estadounidenses, poderosas alegorías de cómo el reino animal simboliza el papel de las nacionalidades en la guerra. También destaca el detalle del uso de máscara, con un cerdo disfrazado de gato, o de combinaciones, como unos curiosos ratones atigrados, hijos de judíos y alemanes.

Sin embargo, la virtud de Art en "Maus" no sólo es saber recuperar la historia del Holocausto, sino mostrarnos, gracias a los saltos narrativos característicos del cómic, las causas y las consecuencias que tuvo tal acontecimiento en la vida del superviviente. Así, atestiguamos cómo la educación que recibió por nacer en una casa acomodada le sirvió a nuestro personaje para grajearse la amistad de un oficial nazi. Del mismo modo, notamos cómo un envejecido Vladek se niega a desperdiciar hasta un grano de café, después de sufrir en carne propia las garras del hambre.

No obstante, el conflicto más profundo no ocurre entre gatos y ratones, sino entre Art y Vladek. Productos de épocas y coyunturas diferentes, chocan constantemente en sus visiones del mundo. De cierto modo, la supervivencia de Vladek es una loza demasiado pesada para Arte, que en la escritura de la novela encuentra una reivindicación con sí mismo y su padre, alegoría inconsciente del sentir de una generación judía de la posguerra.

Maus es una novela polifacética. Se puede leer como testimonio, historia de vida, documental, o en su nivel más profundo, como un tributo de un hijo a su padre. Hay que agradecer a Spiegelman el introducir cuadros innecesarios en la historia corriente, pero indispensables para comprender la relación entre Vladek y su vástago. A través de los trazos, se puede (re)vivir un Holocausto que va más allá de un relato de supervivencia o el lugar común del espíritu humano. Maus no es una crónica histórica: es una crónica de cómo debe contarse, sentirse y respetarse la historia, sea la nuestra o la ajena. Porque al final, saber cómo mantener viva --es su parte humana, no la estadística-- se convierte en el bálsamo que cura heridas.

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