6 de octubre de 2011, un día después de la muerte de Steve Jobs, Richard Stallman escribió este texto en su bitácora:

Steve Jobs, el pionero de la computación convertida en jaula encantadora, diseñada para quitar a los tontos su libertad, ha muerto.

Como dijo el alcalde de Chicago Harold Washington de su corrupto predecesor el alcalde Daley, "no me alegra que esté muerto, pero me alegra que se haya ido". Nadie merece morir (ni Jobs, ni el Sr. Bill, ni la gente culpable de mayores males que los de aquellos). Pero todos merecemos el fin de la influencia maligna de Jobs en la informática de las personas.

Desafortunadamente, esa influencia continuará a pesar de su ausencia. Sólo podemos esperar que sus sucesores, en tanto intenten continuar con su legado, lleguen a ser menos efectivos.

Estimado lector, ¿qué sensación, qué pensamiento te dejó leer algo así? En este momento puede ser que ya tengas una postura sólida sobre esas palabras. Puede ser que te hayan parecido despreciables. O por el contrario, justas. ¿Y si olvidamos los nombres? ¿El efecto sería el mismo? Probablemente no, porque hay un contexto, uno muy particular.

Quien conoce con cierto detalle el carácter de Richard Stallman sabe que es temperamental, duro, inflexible como pocos en sus posturas. El hombre dice lo que piensa, aunque a veces parece que no piensa lo que dice. Lo cierto es que esas cualidades le llevaron a construir la red técnica, legal y filosófica que es el Movimiento por el Software Libre. Y aunque en el camino perdió viejos amigos como Eric S. Raymond, hoy el mundo tecnológico como lo conocemos no sería el mismo sin sus logros iniciales, ni Linux, ni Google, ni Facebook, ni mucha ciencia, economía, educación, ni la cantidad cada vez mayor de prácticas culturales libres, inspiradas en las reglas básicas del software libre.

Sin embargo, esas palabras son un ejemplo crudo, crudísimo, de la personalidad de Stallman. El sentido común nos dice que sus comentarios fueron imprudentes, insensibles, sin tacto alguno, con una falta total de respeto al dolor de la familia, y, quizá, los políticamente más incorrectos en mucho tiempo. Un sentido común (lo que sea que eso signifique) al que me adhiero.

Pero la lógica es tan fría como implacable, para Richard las libertades son más importantes que algunas personas, sin puntos intermedios, superiores a las notables aportaciones e influencia innegablemente positiva, como en el caso de Jobs, a la vida de generaciones de personas: quienes eligieron que así fuera.

Hace años que Richard llama a Jobs "el mal", y al iPad "el iBad"; he asistido a conferencias donde así provoca carcajadas. Para Richard el mal es todo lo que ataca nuestras libertades, así sea en la política o en la tecnología, es fácil estar de acuerdo en ese punto, es difícil aceptar las implicaciones ideológicas o dogmáticas que se derivan.

Algunos apuntan a que sus pobres habilidades sociales corresponden al supuesto padecimiento del Síndrome de Asperger. Yo no lo sé. Pero conozco muchas de las incontables anécdotas acerca de sus rabietas repentinas y otros hábitos extraños, que he escuchado de amigos que le han hospedado en sus visitas a México y España. Stallman es así, prácticamente un hombre sin hogar (por cierto, éste es un texto imperdible), prácticamente un anti social, y no obstante un socializador del software.

Pero esta entrada no es para justificar a Richard, ni para rebatirlo, tampoco para defender a Jobs o no. Es para llamar a reflexionar, siquiera mínimamente, sobre lo central y lo periférico de esta situación. Porque ellos representan el Ying y el Yang de mundo tecnológico de nuestros días, innovación y libertad en la balanza, coerción y dogmas también, visiones opuestas y necesarias que equilibran el mundo, que lo hacen mejor.

He leído de todo en relación con aquel texto, sobre todo argumentos ad hominen, a favor de uno en menosprecio de otro, nada más por llamarse Stallman o haber sido Jobs. Los comentarios cruzados, de odio de un lado al otro seguirán inevitables, en este y otros blogs, foros, redes sociales.

La vida sigue. Stallman seguirá de gira por el mundo a la vez que ermitaño; el camino de Jobs terminó. Creo que la enorme influencia de ambos será mejor entendida por las generaciones que vienen.

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