Estimado Juan Manuel de Prada:

Terminada la lectura de su artículo "Libro electrónico", apenas puedo contener mi sorpresa. Dudo bastante de que estas palabras reflejen su opinión real, porque de lo contrario las opciones restantes serían que a) está usted muy desinformado, b) se ha pasado al género humorístico o c) es usted un cretino.

En cualquier caso, semejante sarta de falacias publicadas en un medio de máxima audiencia y por un autor de su talla no puede quedar sin respuesta. Al estilo de su admirado Quevedo, le untaría las siguientes líneas con tocino,  pero ante el temor de que ello produjese el efecto contrario se las voy a untar con datos, que parecen causarle a usted más alergia.

Vamos a repasar frase por frase su impagable artículo.

 Nunca dejará de sorprenderme la actitud suicida adoptada por las editoriales ante el libro electrónico

Así, de primeras. No concreta usted si se refiere a las españolas, las estadounidenses o las surcoreanas. Supongamos que se refiere a las locales, que me pega más con su perfil. Bien, en ese caso permítame que le recuerde que en España hemos adoptado el libro electrónico tarde, mal, y a rastras. En ese sentido podría estar de acuerdo con usted en que durante mucho tiempo ha sido una actitud suicida que felizmente ha empezado a cambiar. Pero no parece que vayan por ahí sus intenciones, ¿verdad?.

En otros sectores de la industria cultural, la plaga del pirateo digital se encontró con el terreno allanado: música y cine llevaban ya mucho tiempo comercializándose en formatos digitales –CD, DVD, etcétera– que favorecían su duplicación...

Aquí viene el primer error desinfomado. En efecto, la industria de la música abandonó las molestas cintas analógicas y los frágiles discos de vinilo cuando el público comenzó a usar el CD (presentado en 1982), pero le recuerdo que la proliferación popular de las grabadoras de CD se produce década y media después. Mientras tanto la gente -usted mismo, señor de Prada, si es que tuvo infancia- seguía copiándose las cintas de toda la vida, dándole al play y al rec a la vez, que tenía bastante gracia. Daba igual que la calidad no fuese óptima, que nos las copiábamos igual. Pero el error viene de suponer que un CD y un DVD son digitales, porque por muy digitalmente grabados que estén sus datos, su distribución y comercialización es analógica. Así que durante una década lo único que obtenía el pirata es una copia mejor y más difícil de hacer -precio elevado del CDR, de la grabadora-, no más sencilla de duplicar.

...y quien pirateaba una película o un disco obtenía una copia en calidad óptima, que además podía distribuirse en el mismo soporte que la propia industria había elegido previamente para su negocio.

Una cinta copiada de la original quedaba casi perfecta, o al menos lo que los horrendos boomboxes de la época nos permitían. Y en el Rastro las vendían con una fotocopia de la carátula muy apañada. Por ahí no avanzamos.

Quien deseaba piratear un libro, en cambio, tenía previamente que escanearlo: la copia resultante de ese escaneo distaba de ser óptima

Presumo que usted no ha paseado mucho por ciudades como Caracas o Buenos Aires, donde los vendedores ambulantes comercializan ediciones piratas que incluso corrigen erratas de las originales. O tal vez se refiera usted a los ciudadanos que hacían copia privada (ya sabe, la piratería no existe), en cuyo caso ahí tiene razón. Los escaneos hace años podían ser de calidad nefasta, aunque me temo que hace mucho que no es así.

y, además, para leer esa copia menesterosa debía utilizar un artilugio electrónico que en nada se asemejaba a un libro.

Totalmente cierto, no hay quien lea en una pantalla de ordenador. Bueno, excepto su artículo, que me he leído en la versión web. O éste que está leyendo. O el diario que leo cada mañana en un su versión digital en un artilugio que en nada se asemeja a un periódico. ¿Será que lo que importa es el contenido?

En la expansión de la piratería, como en el comercio de réplicas e imitaciones, interviene muy poderosamente el factor psicológico: quien compra un bolso o un reloj falsos que imitan un bolso o un reloj `de marca´ lo hace porque tales falsificaciones reproducen minuciosamente su diseño y aspecto exterior.

Un análisis sociológico de tal hondura y el salto argumentativo me han dejado noqueado por un instante. Veamos, ¿equipara usted un ebook descargado de internet con un bolso comprado a un mantero de la calle Preciados?

Nadie compraría un bolso o un reloj con un evidente aspecto cutre o de baratillo, por el mero hecho de que tal bolso o reloj ostenten el logotipo de tal o cual marca de moda; pues quien adquiere un bolso o reloj de imitación desea, ante todo, que esa réplica pase por auténtica.

Ajá.

Este es el mecanismo psicológico sobre el que se asienta toda forma de piratería: la réplica tiene que `dar el pego´; de lo contrario, lejos de mitigar el `complejo´ de quien la adquiere, contribuye a agravarlo,

¿O sea que usted nunca se copiaba una cinta o si lo hacía jamás la compartía con sus amigos, por puro complejo? Lo lamento, debió usted de tener poca inclinación musical o amigos muy esnobs.

Este mecanismo psicológico, tan evidente en el comercio de réplicas e imitaciones, también explica el éxito de la piratería cultural: si películas y discos empezaron a ser pirateados a mansalva era porque previamente existían los soportes digitales que permitían disfrutar de tales películas y discos en igualdad de condiciones con quienes los adquirían en una tienda.

Eso ya nos lo ha dicho en la segunda frase. Visto que se empeña en repetirse, le recuerdo que en 1980 ya se lanzaban agresivas campañas contra la muy extendida copia privada de las muy analógicas cintas de música, avisando de que estaban matando la música. La última vez que miré, la música seguía viva 31 años después. Vamos, que lo digital no es el toro que mató a Manolete, señor mío.

Este mecanismo psicológico no funcionaba en el pirateo del libro, pues un libro pirateado no podía `volcarse´ sobre papel impreso y encuadernado; y por esta razón el comercio de e-books no funcionó durante años o décadas: pues quienes leían un libro en estos artilugios tenían conciencia de estar leyendo de forma subalterna o sucedánea, frente a quienes lo hacían en papel.

¿Todo esta argumentación pseudocientífica para decirnos que leer en la pantalla de un ordenador o una fotocopia es una pobre experiencia lectora? Nos los podría haber dicho igual en quince palabras, que el papel está caro. Tome nota: “Leer en la pantalla de un ordenador o una fotocopia es una pobre experiencia lectora”.

Y aunque durante años o décadas los fabricantes de e-books no cejaron en su empeño de impulsar la lectura electrónica, tenían que comerse con patatas sus artilugios...

¡Ah, que todo este rato estaba usted hablando de lectores de ebooks! Perdone, me había perdido en su diván. Bueno, a décadas no llegamos. Le informo de que el primer ebook con tinta electrónica lo comercializó Sony en Japón en abril de 2004. De todas maneras el primer libro electrónico medianamente popular se comercializa en 2006, y el Kindle en 2007. ¿Es posible que a usted le parezcan décadas porque las dos legislaturas de ZP se le han hecho muy largas? Ah, y le informo también de que dichos dispositivos venden millones de unidades. Es posible que los cuatro chinoclones malos que viese usted de pasada en el Carrefour le hayan parecido horrendos. Esos sí que se los comían con patatas los fabricantes.

 ...porque la imitación solo adquiere carta de respetabilidad si `da el pego´; y un e-book se parece a un libro lo mismo que una mortadela a un jamón serrano.

Pasando de largo por el tema de los complejos freudianos de los que hablaba antes, su brillante símil me deja perplejo. Debe ser importante ya que en la versión en papel de su artículo aparece resaltada en el sumario -ya ve, estoy suscrito también a varios periódicos en papel, me ha pillado-. Por tanto vamos a detenernos un poco en él para desentrañar su críptico significado. Se me ocurren:

  1. Interpretación “user experience”: ¿Se refiere usted a que la textura y el sabor -vamos la experiencia lectora- de un libro electrónico son pobres sucedáneos de un libro de papel? Bueno, es evidente que usted debe tener brazos firmes y prefiere leer un volumen de 1200 páginas en su pesada edición de papel. Cada quién con sus gustos. Pero mire, si nos ponemos estupendos la Biblia que usted tendrá en la mesilla de noche es a la Vulgata lo que la mortadela a un jamón serrano.
  2. Interpretación apocalíptico-cultureta: ¿Es acaso Juan Manuel de Prada ferviente discípulo de Adorno y Horkheimer y rechaza los avances de la cultura de masas? ¿Cree que el vulgo tiene que mantenerse lejos de la palabra escrita y seguir ciegamente los dictados de los ilustrados, la guía benévola de Iglesia y Gobierno? No me conteste, que ya le veo a veces en Intereconomía.
  3. Interpretación “voy a tomar té con la baronesa”: ¿Cree usted que el precio del libro es un estupendo regulador social para evitar que los sucios pobretones aprendan lo que no les conviene? Una vez más, mejor no diga nada.
  4. Interpretación “l’m the culture maker”: ¿Se sienta usted a escribir al grito de “voy a crear cultura, no me molestéis mientras destapo el tarro de las esencias”? Le diré algo, señor de Prada. Cultura no es cuando un autor -usted, la señora Isabel Pantoja o yo- se pone a aporrear un teclado. Cultura no es cuando un editor le pule a usted el texto, ni cuando un librero coloca su obra en la mesa de novedades. Cultura es cuando alguien abre un libro y lee. Lo demás es un proceso de fabricación, venta y distribución. Como el de las mortadelas.
Nadie podía presumir ante las amistades de poseer una biblioteca de libros electrónicos; y viajar en tren o autobús con un libro electrónico en las manos resultaba casposillo. El mecanismo psicológico sobre el que se funda el negocio de la réplica busca `sociabilizar´ a quien la porta; y el e-book lograba el efecto exactamente contrario: señalaba y, en conclusión, excluía.

Para cuando empezamos a comprarnos ereaders (2006) ya se habían inventado los aviones, señor de Prada, aunque igual usted los excluye por motivos clasistas, vaya usted a saber. Sobre el adjetivo “casposillo” no hablo, porque mi pobre intelecto no alcanzaría más que para citarle su currículum, y mi profesor de dialéctica en la facultad me prohibió los argumentos ad hominem. Sobre lo de presumir ante las amistades tampoco, que ya ha dejado claros antes determinados complejos. Pero sí le diré que por aquella época, cada vez que subía a un avión y se me ocurría sacar mi ereder ocurría lo siguiente: La azafata lo miraba con sorpresa; me lo pedía prestado y desaparecía en la cabina del piloto con el artilugio. Acabé dejándolo en la mochila y sacando un libro de papel -también compro de esos, señor de Prada, me ha vuelto usted a pillar-, que me garantizaba un rato de anónima tranquilidad.

Pero la fascinación tecnológica propia de nuestra época acabó engatusando a la industria editorial, que pensó ingenuamente que, si el uso del libro electrónico se generalizaba –si empezaba a `sociabilizar´ y no a excluir–, podría desarrollar una nueva `vía de negocio´.

Así que según usted ¿fue la industria editorial la que, ingenua ella, potenció el libro electrónico? ¿Dónde, en España, en USA, en Corea del Sur? Aquí desde luego no, pues cuando nos pusimos a ello de primeras lo hicimos con el propósito de no vender, como recordaba el año pasado Juan José Millás. En lo que estamos de acuerdo es que es una vía de negocio. Amazon, que es la mayor tienda online del mundo, con una facturación de 39.000 millones de dólares -unas diez veces lo que nuestra industria editorial, para entendernos-, vende 105 ebooks por cada 100 libros de papel.

Y la vanidad característica de los escritores, siempre codiciosos de aumentar su parroquia, acabó de joder la marrana: creyeron ilusamente que el artilugio electrónico `crearía´ nuevos lectores de la nada, y empezaron a demandar a sus editores que, junto a las ediciones en papel de sus libros, lanzaran `ediciones electrónicas´ de los mismos, que en su particular cuento de la lechera duplicarían el número de sus seguidores.

La frase es tan delirante que me tiraría horas con ella pero para no alargarnos me limitaré a decirle que a) ya hay once vanidosos y jodemarranistas autores que han superado el millon de libros electrónicos vendidos. ¡Malditos ilusos! y b) Que resulta que los lectores de ebooks leen más.

El resultado es de sobra conocido: las editoriales se lanzaron al `mercado digital´ para expandir su negocio, sin entender que los lectores no se `expanden´ por arte de birlibirloque; sin entender tampoco que el `mercado digital´ es una engañifa completa, pues pagar por algo que se puede obtener gratis y en condiciones óptimas no se le ocurriría ni al que asó la manteca

Pues aparte de remitirle de nuevo al estudio antes citado de Marketing and Research Inc que señala que el 51% de los lectores de ebooks aumentó sus compras de libros respecto al año anterior; que 9% de ellos también aumentó sus compras de tapa dura; que el e-lector lee 2.6 libros al mes -¿ya quisiéramos esa media en España, eh, señor de Prada?- frente a 1.9 del lector de papel... lo único que me queda es responder a esa afirmación suya de que para pagar por leer un libro que se puede copiar hay que ser tonto. Si los datos citados en el artículo sobre lo muchos ebooks que se venden no le bastan para convencerse de que la gente responde cuando se la trata con respeto, con mucho gusto le invito a conocer 1libro1euro.com, donde los internautas primero descargan y luego donan. Y mucho.

Mi madre cita bastante el refrán de que “cree el ladrón que todos son de su condición”, señor de Prada. Pero por favor, si de verdad piensa que quienes compran ebooks en lugar de piratearlos son idiotas, al menos no lo escriba, para no jodernos la marrana a los que nos ganamos la vida vendiéndolos. O mejor aún, para evitar la ruina y la desnudez que nos vaticina, le remito al primer terceto del soneto a Luis de Góngora: No escriba más y dedíquese a otra cosa.

Juan Gómez-Jurado (Madrid, 1977) es periodista y escritor. Pasó por las redacciones de Canal +, ABC, Cadena SER y la Cadena Cope. El éxito internacional de sus novelas (Espía de Dios, Contrato con Dios y El Emblema del Traidor), traducidas a más de cuarenta idiomas, le han llevado a centrarse en su carrera como narrador. Hollywood prepara ya la adaptación de su segunda novela, y la tercera es #1 en ventas en Amazon. Puedes seguirle en Twitter.

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