En la sección Sociedad de la edición dominical de El País, el periodista Joseba Elola publicó "Perfiles con muchos 'huevos'", un reportaje sobre la compra/venta de seguidores en redes sociales. Su texto aborda la facilidad con la que una marca puede adquirir fanáticos por volumen, así como la práctica en los despachos de mercadotecnia digital. A decir verdad, documenta un fenómeno que es visible desde hace un par de años, cuando la popularidad de servicios como Twitter y Facebook fomentaron la propagación de estas "estrategias" de promoción.

Aunque muy completo, el reportaje de El País no aborda un caso que -por lo menos en México- es muy ilustrativo: la compra de seguidores por parte de políticos. En primer lugar, como menciona Elola en su texto, se trata de aparentar popularidad. Además de una cuestión de ego del personaje público, es un tema de percepción pública: simular que se es famoso, reconocido e influyente. AL igual que una marca pretende tener muchos fanáticos para tener un mayor poder de venta, en el político le permite (en la teoría) incrementar su reputación.

Por supuesto, la clave aquí es la simulación. Hace casi un año, publiqué sobre cómo las cuentas falsas de Twitter son empleadas como mecanismos de propaganda política. Para términos del debate público, la compra de seguidores sólo sirve para aumentar la brecha entre políticos y ciudadanos. Lo que es peor: en el ejemplo mexicano, las cuentas falsas son utilizadas para influir en la agenda pública mediante la manipulación de temas del momento (trending topics) o la difamación masiva a terceros.

La dinámica es muy simple: con cada crítica que recibe un político, una horda de bots y/o usuarios pagados envía un alud de mensajes de apoyo al afectado y de ataques contra quien emitió el comentario negativo. Lo mismo ocurre con los actos de proselitismo: al final, todo se reduce a ver quién puede mandar el mayor volumen. Al final, la arena pública termina por crear una batalla entre los mensajes patrocinados y los auténticos, provocando una constante sospecha sobre qué tema ha sido introducido bajo pago y cuál ha llegado por el debate ciudadano.

En los últimos meses, el fenómeno se ha incrementado en México, a raíz de las elecciones presidenciales que tendrán lugar el 1 de julio. Han existido esfuerzos por evidenciar la práctica, como la campaña #CazaUnBot, mediante la cual se documentaron decenas de casos. Uno de los ejemplos más conocidos es la campaña de "Ectivismo", promovida por el candidato Enrique Peña Nieto. Se trata (supuestamente) de una red de jóvenes militantes de su partido (PRI), quienes apoyan a Peña Nieto a través de Twitter. En la práctica, ha desarrollado una compleja red de spammers cuyo mayor finalidad es colar hashtags políticos en los trending topics.

Así, México también tiene perfiles con muchos 'huevos'. El problema es que, pese a que el fraude está documentado, nada parece cambiar. Por el contrario, han tenido cierto éxito en posicionar temas en la agenda pública; aunque, en la misma tónica, los usuarios también han exhibido mucho ingenio para convertir hashtags proselitistas en críticas y señalamientos. Al final, el modelo sobrevive por conveniencia: las agencias que promueven la venta de perfiles se hinchan los bolsillos, mientras que los políticos ganan la proyección -buena o mala, pero publicidad al fin y al cabo-. Un circulo perfecto para ellos, aunque en el camino se lleven de calle la credibilidad y terminen por generar un espacio estéril para el diálogo.

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