Yo no soy programador. Aunque me parece fascinante el mundo de la informática, cuando intenté aprender un lenguaje de programación por mi cuenta, terminé abandonándolo por una cantidad innumerable de pretextos. Que no hay tiempo, que es complicado, que hay mucha información que procesar. Patrañas. Programar es algo que cualquier persona puede hacer (pero no cualquiera tiene la disposición de aprender). Requiere creatividad, ingenio, curiosidad y esfuerzo. Necesita pasión, imaginación, planeación e improvisación. Pero, más que nada, se debe tener voluntad, como en toda actividad humana.

Hace un año inicié un start-up con unos amigos. Me rodeé de un equipo excepcional de programadores. Durante los meses del diseño del software, aprendí cientos de lecciones valiosas, imposibles de resumir en unas cuantas líneas. Pero, ante todo, descubrí que la labor del informático no le pide nada a la creatividad de un artista o la disciplina de un matemático. Lo suyo es la chispa pura de la creación, el convertir una idea en algo plausible, ejecutable, real. Como diría otro amigo, se convierten litros de café en líneas de código, y las líneas de código en un programa novedoso, vivo.

Durante esa etapa, entendí cómo pensar (un poco) como desarrollador. Se aprende a mirar las cosas desde otra perspectiva, desde el cómo hacer posible algo con los recursos que se cuentan. A observar las posibilidades, a convertirlas en una serie de pasos para ejecutar algo, a hallar soluciones. Quien haya creado un software sabe de las noches de desvelo, de las juntas largas y las listas de requerimientos kilométricas. Se aprende a pensar un paso adelante, porque el usuario final, en su inteligente torpeza, es capaz de encontrar una imperfección, un error, un conflicto en un sistema que consideramos a prueba de tontos. Hay que prevenir antes que lamentar.

No aprendí a programar en ningún lenguaje, pero sí lo mínimo de algunos. Y, sobre todo, la lógica que hay detrás. Eso es importante, porque como diría Arthur C. Clarke, "cualquier tecnología lo suficiente avanzada es indistinguible de la magia". Para muchos, lo que hace el ordenador, el teléfono o cualquier aparato nos puede parecer cuestión de hechicería. No lo es. Es resultado del esfuerzo y la mente de miles de personas. Entender los conceptos detrás de esta aparente magia nos ayuda a ser más críticos, más analíticos, más comprensivos. Incluso, más curiosos y arriesgados. Así como la ciencia nos ayuda a entender la naturaleza, la informática nos explica ese mundo virtual que nos rodea.

Hace un par de días, leí que enseñar a programar a los hijos será el equivalente a enseñar a andar en bicicleta. Coincido. Programar va más allá de escribir líneas y líneas: es una forma de entender el mundo como creador. Por eso pienso que este pensamiento crítico debe ser inculcado desde la cuna, pero también, que es una habilidad indispensable para cualquiera. No necesitamos ser el siguiente Stallman o Torvalds o Gates. Basta con que, por simple curiosidad, necesidad o atrevimiento, nos animemos a descifrar esas frases aparentemente ininteligibles que le dan forma a nuestra realidad virtual. Nunca es demasiado tarde (ni demasiado temprano) para comenzar.

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