México es uno de los países más peligrosos para practicar el periodismo. Desde 2012, se cuentan por lo menos 72 periodistas asesinados, 13 periodistas desaparecidos y 60 ataques con armas o explosivos a medios de comunicación. Con esta situación, es comprensible que quienes ejercen esta labor estén bajo presión constante. Sin embargo, de acuerdo con un estudio de la Universidad de Toronto, los periodistas que cubren sucesos relacionados al crimen organizado tienen niveles de estrés traumático similares a los de un corresponsal de guerra.

El estudio fue conducido por el Dr. Anthony Feinstein, quien ya ha analizado con anterioridad el tema del trauma en reporteros de guerra. Entre los hallazgos de Feinstein en esta investigación, destacan:

  • La cuarta parte los 104 periodistas encuestados afirmó haber renunciado a cubrir notas relacionadas con la delincuencia organizada por temor a represalias.
  • Más de 70% de los periodistas viven en zonas donde existe violencia de y contra el crimen organizado.
  • Casi la mitad de los encuestados conoce a un colega asesinado por la delincuencia organizada.
  • Uno de cada 10 periodistas tiene un familiar amenazado por alguna organización criminal.

Los datos son escalofriantes y reflejan una realidad que los periodistas mexicanos afrontan día con día. Lo que es peor es que, como señala Feinstein, la presión sobre el periodista es aún mayor; mientras que un corresponsal de guerra entra y sale de la zona de conflicto, estas personas viven en las zonas afectadas por el crimen. Es decir, nunca hay un momento de descanso para ellos.

¿Quién está preparado para soportar ese asedio sin sufrir consecuencias psicológicas. Creo que nadie. Solemos enterarnos de los casos más sonados -por ejemplo, el de la reciente amenaza a Lydia Cacho, quien tuvo que irse del país por protección- pero, ¿cuántas extorsiones, intimidaciones y demás actos similares nos pasan desapercibidos? ¿Cuántos periodistas viven con miedo sólo realizar su labor?

Un periodista amedrentado es alguien que pensará dos, tres, mil veces antes de poner información que comprometa su vida. Esto permite que los grupos criminales mantengan un control tácito de ciertos temas de la agenda; y los que se escapen de ese cerco, tienen un final macabro. Bajo esta mirada, México es el país más peligroso para ejercer el periodismo no sólo porque se juegan la vida, sino porque los que no terminan en un ataúd acaban con secuelas psicológicas para toda la vida.

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