Después de la noticia del suicidio de Aaron Swartz, y por obvios motivos, se ha puesto en tela de duda las actuaciones del gobierno y del MIT. Los primeros por hacer una verdadera persecución a una persona por algo que no califica ni como crimen menor, cuando uno de los afectados (JSTOR) se echó para atrás en la demanda, y los segundos por mantener un total silencio ante la injusta persecución además de mantenerlo ante la noticia del suicidio.

Finalmente el MIT se ha pronunciado al respecto, parte del comunicado de L. Rafael Reif, presidente de la insitución:

No intentaré resumir los eventos complejos de los últimos dos años. Es ahora momento para todos los participantes a reflexionar sobre sus acciones, y eso nos incluye a todos en el MIT. He pedido el profesor Hal Abelson dirigir un análisis exhaustivo de la participación de la institución, desde que percibimos actividad inusual en nuestra red en otoño de 2010 hasta el presente. He pedido que este análisis describa las opciones que el MIT tuvo y las decisiones que hicimos, para poder entender y aprender de las acciones tomadas. Compartiré el informe con la comunidad cuando lo reciba.

Entiendo que debido a la presión y a la opinión pública se vean en la obligación de publicar un comunicado, pero no ir más alla de palabras políticamente correctas no ayuda y solo refleja la actuación de la institución durante todos estos años. Especialmente considerando la filosofía que supuestamente predica la institución.

La muerte de Aaron Swartz, además de la inmensa pérdida que significa a nivel personal (para sus familiares y amigos), a nivel filosófico, técnico e innovador (para el internet) se está convirtiendo muy rápidamente en un fiasco de proporciones épicas que no solo alcanza al sistema judicial estadounidense, sino que demuestra el poder exagerado que tiene el lobbying de copyright capaz de convertir a una nación en un inmenso bully que causó que un chico de 26 años terminara suicidándose.

La familia de Swartz, en su comunicado oficial, ha culpado directamente a la oficina del fiscal del estado de Massachussets como al MIT, los hacen responsables y consideran que contribuyeron a su muerte.

La muerte de Aaron es más que una tragedia personal. Es el producto de un sistema de justicia penal plagado de intimidación y persecución exagerada. Las decisiones tomadas por los funcionarios de la oficina del Fiscal del estado de Massachusetts y el MIT contribuyeron a su muerte. La oficina del Fiscal de Estados Unidos persiguió una serie de cargos excepcionalmente duros, con potencialmente, 30 años de prisión para castigar a un presunto delito que no tuvo víctimas. Mientras tanto, a diferencia de JSTOR, el MIT negó su apoyo a Aaron o a los principios más preciados de su propia comunidad.

Solo queda esperar que la muerte de Aaron Swartz no sea en vano, que las prioridades cambien, que la justicia estadounidense reaccione ante sus propias acciones, el talento sea cosechado, no desechado a punta de amenazas. Esperemos también que la comunidad interna del MIT tome las acciones necesarias para que sus directivos no dejen pasar este terrible episodio como un trago amargo, y nada más.

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