Cuando enfermamos, y nuestro médico nos extiende una receta, lo único que solemos pensar es en recuperar un buen estado de salud. Pero a veces también nos puede resultar interesante saber cómo se fabrican medicamentos, y ver que detrás de la comercialización de fármacos existe un proceso de investigación y desarrollo muy fuerte.

Y es que desde las civilizaciones más antiguas, se ha tratado de buscar productos (bien sean de origen animal, vegetal o mineral), que ayudaran al tratamiento de las enfermedades, aunque sea por ensayos de "prueba-error". Hoy en día la industria farmacéutica y otros pequeños sectores, como el biotecnológico, nos dan las claves para conocer cómo se fabrican medicamentos.

Del paracetamol a la penicilina

En el siglo XIX, diversos descubrimientos (algunos por accidente) condujeron al desarrollo de la incipiente industria farmacéutica. Friedrich Wöhler, fue capaz de sintetizar un compuesto muy importante, la urea, en el laboratorio. Su logro hizo que otros científicos se plantearan la síntesis química de otros productos, lo que sentaría las bases de la investigación y desarrollo de fármacos.

De esta manera llegaría la síntesis de otros compuestos, tales como la acetofenidina, de la que derivaría el conocidísimo paracetamol. A finales del siglo XIX, el desarrollo del ácido acetilsalicílico o aspirina, continuaría con el avance en el desarrollo de fármacos.

Hablar de cómo se fabrican medicamentos nos obliga a conocer quién fue Paul Ehrlich. El investigador alemán, ganador del Premio Nobel en 1908, tenía por objetivo encontrar una bala mágica para tratar enfermedades de la manera más específica posible, sin dañar zonas sanas de nuestro organismo. Así conseguiría, tras 605 experimentos fallidos, lograr el salvarsán para tratar la sífilis.

De Ehrlich tenemos que dar el salto hasta Alexander Fleming, sin cuyo trabajo no podríamos entender buena parte de la medicina actual. El descubrimiento de las sulfamidas por el alemán Gerhard Domagk, conduciría años después a la penicilina, fármaco obtenido por serendipia gracias al trabajó del británico Fleming.

Probar los fármacos antes de que sean comercializados

Cuando se encuentra un compuesto químico interesante, que en el futuro pueda dar lugar a un beneficio para nuestra salud, se desarrollan numerosas pruebas y estudios. Esto es debido al escándalo que provocó la talidomida en los años cincuenta y sesenta. Este fármaco se comercializó por sus características como antidepresivo, y también por sus aparentes ventajas al evitar las náuseas y vómitos en mujeres embarazadas.

Lo que no se esperaba es que este medicamento pudiera tener las consecuencias fatales que finalmente tuvo: el nacimiento de miles de bebés con severas malformaciones. La culpa se atribuyó a la talidomida que había sido administradas a las madres durante su embarazo. Aquel episodio trágico condujo a la regulación de la investigación y desarrollo de los medicamentos.

Conocer, por tanto, cómo se fabrican los medicamentos, es un paso necesario para entender por qué se cuesta y tarda tanto en salir un fármaco al mercado. Cuando alguien realiza una investigación, bien en una empresa, bien en una entidad pública, y observa que un determinado compuesto puede ser interesante en medicina, debe pensar en cómo afrontar dos grandes fases: los estudios preclínicos y los posteriores ensayos clínicos.

En la primera parte, conocida como preclínica, se busca demostrar que el compuesto de interés no resulta tóxico. Este trabajo se realiza utilizando cultivos celulares y modelos animales. Además, también se trata de conocer si efectivamente el hipotético medicamento, una vez administrado, llega al torrente sanguíneo, para así tener una idea preliminar de su efectividad.

Una vez realizada esta etapa, pasaríamos a lo que se conoce como ensayos clínicos, donde se estudian los compuestos de interés en seres humanos, primero en individuos sanos y luego en pacientes. Aunque existen varios tipos de estudios clínicos, los que nos interesan para saber cómo se fabrican los medicamentos, nos fijaremos en los conocidos como ensayos de desarrollo clínico.

La administración de un compuesto en humanos necesita de datos previos sobre su estabilidad, actividad farmacológica y toxicología. Básicamente, cuando entramos en los estudios clínicos, consideramos cuatro fases de estudio:

  1. En la primera etapa, se necesitan individuos sanos, para comprobar la seguridad del compuesto y determinar (al menos de manera preliminar) que el medicamento no resulta dañino.
  2. En la fase II, en la que ya participan pacientes, se busca ver si el fármaco es eficaz. También se analiza la relación entre la dosis y la respuesta en estos individuos, con el objetivo de saber cómo utilizar estos medicamentos en tratamientos terapéuticos en el futuro.
  3. En la tercera etapa de los ensayos clínicos, se utiliza un número mayor de pacientes. Esta es la fase más crítica del desarrollo de nuevos fármacos, ya que evaluamos la eficacia y seguridad del tratamiento experimental en las condiciones de uso habituales y con respecto a las alternativas terapéuticas disponibles para la indicación estudiada. En otras palabras, buscamos confirmar que nuestro medicamento funciona, y que es mejor que otros tratamientos que ya existan en el mercado.
  4. La cuarta fase se realiza siempre después de la comercialización del fármaco, para seguir comprobando su eficacia y seguridad durante su uso en la práctica clínica.

Producir un nuevo medicamento no es una tarea sencilla, ni tampoco barata. Lograr que una nueva molécula llegue al mercado, en palabras de Janet Woodcock, Directora del CDER/FDA, puede costarnos entre diez y doce años de estudios, y un gasto cercano a los mil millones de dólares. A diario se evalúan muchos nuevos compuestos, sin saber a ciencia cierta si funcionarán o no, lo que provoca una incertidumbre importante en la industria y las grandes compañías farmacéuticas.

Por este motivo, han surgido pequeñas start-ups del sector biotecnológico, que buscan realizar las primeras fases de ensayos de los fármacos de manera más rápida y barata. A continuación, si su producto funcionara, pueden licenciarlo a las grandes multinacionales.

Otra opción de este tipo de compañías es impulsar lo que se conoce como innovación abierta, en la que existe una colaboración más estrecha entre el sector público y el privado. De esta forma, se conseguirían ahorrar costes y tiempo, y sobre todo, producir fármacos de una manera más rápida y directa hacia los pacientes.

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