Ed Uthman (Flickr)

La investigación biomédica arroja cada día nuevos y prometedores resultados, que nos ofrecen a medio plazo mejores tratamientos, más especializados y personalizados, con el objetivo de que cuidemos al máximo nuestra salud. También es el caso del cáncer de mama, una enfermedad muy común por desgracia, que ha visto cómo los métodos de diagnóstico y terapia han avanzado a pasos gigantescos en la última década.

Como os hemos contado anteriormente en ALT1040, el cáncer es una enfermedad muy compleja. No solo porque los diferentes tipos de tumores se desarrollan de manera muy distinta en cada persona, sino también por las cascadas moleculares que tienen lugar. No existe una única mutación genética asociada a un determinado cáncer, en realidad las rutas bioquímicas que suelen estar afectadas son mucho más complicadas de lo que nos solemos imaginar.

De hecho, esta es una de las razones por las que resulta tan difícil hallar un tratamiento definitivo contra esta enfermedad. En otras palabras, no existe una cura contra el cáncer, sino más bien un abanico amplio de posibilidades terapéuticas en función del tipo de tumor y de las mutaciones en el ADN de cada paciente.

Y la magia de la ciencia nunca deja de sorprendernos. La grandeza del método científico, basado en contrastar hipótesis, puede rebatir teorías bien establecidas desde hace años. La investigación no es dogmática, y es por ello que nuevos resultados científicos pueden ofrecernos pistas que hasta ahora no podríamos haber imaginado. Una de ellas nos la trae una nueva investigación del Centro de Regulación Genómica de Barcelona, publicada en la revista Cell Reports, que nos confirma que hasta en el cáncer de mama, las apariencias engañan.

El trabajo realizado por el grupo de Miguel Beato trata de explicar el papel de una proteína, denominada PLK1, en el desarrollo de esta enfermedad. Y es que según datos de la Asociación Española contra el Cáncer, el cáncer de mama es el tipo de tumor más frecuente en las mujeres occidentales, con casi 22.000 nuevos casos diagnosticados al año.

Entender por tanto qué sucede en esta enfermedad es algo clave, para así tratar de ofrecer nuevas posibilidades terapéuticas a las mujeres afectadas por cáncer de mama. Por ello, los resultados ofrecidos por Beato nos recuerdan que no todo es negro o blanco en investigación biomédica, sino que más bien existe un curioso abanico de grises.

Y es que hasta ahora la proteína PLK1 siempre se había relacionado con el progreso fatídico del cáncer. Implicada en la división celular, lo que sabíamos era que esta quinasa era muy activa durante la división celular, un proceso biológico imprescindible para cualquier célula tumoral. Pero, ¿podríamos haber estado equivocados?

El trabajo del equipo de Beato muestra en esta nueva publicación cómo esta proteína podría tener un papel fisiológico, desconocido hasta el momento, en la regulación de genes durante el estadio de reposo celular y en el inicio de la división celular. Pero, ¿cuáles son las implicaciones en el tratamiento del cáncer de mama?

PLK1 era una de esas proteínas tachadas en el equipo malo del desarrollo de esta enfermedad. Si lográbamos controlarla, quizás estaríamos más cerca de una cura más específica contra el cáncer de mama, o al menos de un marcador para conocer el progreso de los pacientes. Sin embargo, saber que también posee una importante función fisiológica, destierra la tradicional idea de los colores blancos y negros en el cáncer.

Como en todo, la ciencia también demuestra el abanico de matices con los que podemos encontrarnos en nuestro propio cuerpo. Esta última investigación realizada por científicos españoles es una prueba más de la complejidad del cáncer de mama, y de lo difícil que resulta el trabajo en medicina. Y es que hasta en el cáncer de mama, las apariencias engañan.

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