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Uno de los grandes secretos que la ciencia aún ha de descubrir es, sin lugar a dudas, las claves de la longevidad. ¿Por qué hay personas que superan los cien años, con un aparente buen estado físico? ¿Qué hace que estos individuos tengan una predisposición de vivir más que el común de los mortales? ¿Influye nuestra genética en ello?

Como nos contaban en Materia hace unas semanas, la historia de aquellos que logran edades récord en su longevidad despierta nuestra curiosidad. Ese era el caso por ejemplo de Jiroemon Kimura, quien había superado los 116 años de edad. ¿Había algo en él distinto del resto?

Un estudio realizado en ratones ha buceado en la genética de estos roedores, para tratar de desvelar los secretos bajo los cuales se esconde en algunos individuos su longevidad. En particular, el trabajo publicado en PLOS One tenía como objetivo entender si existía alguna relación entre diferentes conductas y el aumento o la disminución de la longevidad.

Y es que en todas las poblaciones, sean de ratones o en los propios seres humanos, existen diferencias evidentes en cuanto a nuestro comportamiento. Existen individuos que son más activos que otros, en los que su tasa metabólica varía, pero también, por ejemplo, su propensión al riesgo. Los últimos estudios afirman también que las personas menos activan tienen una actividad metabólica basal más baja, por lo que sus necesidades energéticas también son menores. Algo que, por otra parte, resulta bastante lógico.

Podríamos pensar que con la suma de estos factores, la longevidad podría estar relacionada en cierto sentido con una conducta más o menos activa. ¿Es cierto, o solo es una mera hipótesis? La investigación realizada por científicos de la Universidad de Zurich parece indicar que ambos factores están muy relacionados.

En particular, su trabajo realizado en ratones se centra en el estudio del haplotipo t, una variante genética propia de estos roedores. Los individuos heterozigotos para este haplotipo presentaban una viabilidad mayor que los ratones homozigotos. ¿Estaría relacionada la evolución de caracteres conductuales con este haplotipo?

Parecer ser que sí. Los resultados de los investigadores permiten relacionar, al menos en estos roedores, que los individuos menos activos eran más longevos, y además, no gastaban tanta energía y solían ser animales más cautos. Eran ratones que no solían ir a la aventura, y curiosamente, comían menos que los que presentaban una longevidad menor.

Aunque obviamente estos resultados no pueden ser extrapolados directamente a los seres humanos, lo cierto es que resulta curioso tratar de relacionar determinados rasgos de nuestro comportamiento con una determinada expresión génica y la propia longevidad. Sin embargo, la complejidad de nuestro cerebro, y por ende de nuestra conducta, impide realizar esta extrapolación de manera tan simple. Quizás en el futuro debamos desechar aquel viejo lema de live fast, die young por uno que podría aproximarse más a la realidad científica (al menos en ratones): live slow, die old.

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